Menores en conflicto, menores en riesgo:
resiliencia y mediación en el ámbito escolar
Autora: Lic. Sandra Munk
L@ Revista - Mediadores en Red – Año II – N ° 5 – Marzo 2004
Es la hora de salida. Los alumnos quedan retenidos en el establecimiento. La policía, estacionada en la puerta del mismo, detiene a un adolescente que acaba de participar en un asalto...
Una madre relata acongojada que varios alumnos del colegio al que concurría su hijo fueron expulsados por pegarle a un compañero, el que debió ser hospitalizado a raíz de los golpes recibidos...
Drogas, robos, inundaciones, falta de escolarización, marginación, violencia...
Estas y otras tantas situaciones que atraviesan los menores ponen en juego su integridad física, psíquica y moral, y también la ajena.
Menores con conflictos hubo siempre. Menores en riesgo, en la magnitud, en la escala que se presenta hoy en día, no.
Un adolescente en crisis manifiesta por lo general una crisis evolutiva: entra en conflicto con lo que le dicen, con lo que tiene que hacer, con lo instituido. Pero las instituciones están presentes, funcionan, brindan estructura y sostén.
En la actualidad, instituciones pilares como la familia y la escuela – afectadas por la crisis económica, la falta de oportunidades laborales, el trastrocamiento de valores, etc. - vieron alterada su función relativa a la constitución de los sujetos en su lazo con la sociedad, lo que ha derivado en una falta de confianza y credibilidad.
Freud, en su obra “El Malestar en la Cultura”, marca como una de las fuentes de sufrimiento del ser humano la insuficiencia e imperfección de las normas e instituciones humanas que están destinadas a protegerlo y a lograr su bienestar mediante la regulación de los vínculos recíprocos - las otras dos fuentes de malestar son la hiperpotencia de la naturaleza y la caducidad de nuestro cuerpo -. Y es justamente en los días que corren que la misma se halla especialmente acentuada, generando fuertes sentimientos de vulnerabilidad, desamparo y desprotección, de riesgo e incertidumbre.
A consecuencia de cambios a nivel mundial –el nuevo papel de la mujer en la sociedad, la globalización, la revolución informática-, como a nivel nacional -en el que se han producido fenómenos como el corralito financiero o el incremento de la inseguridad en las calles- se ha ido debilitando el imaginario social acerca del apoyo paternalista y protector que el Estado era capaz de brindar.
Y este quiebre fue aumentando la inseguridad, el empobrecimiento existencial, desarrollando actitudes de huida o depresivas, de relajamiento de las normas, de aislamiento y por sobre todo de una cultura de la violencia que presenta dos elementos facilitadores de la misma:
- la naturalización de la violencia como estrategia para resolver conflictos en el plano social y familiar; y
- el resquebrajamiento de redes de apoyo comunitarias.
Este panorama hubiera podido conllevar el peligro latente de que lentamente la sociedad en su conjunto se acomodara a estas circunstancias adversas, las naturalizara, quedando atrapada en un estado de indefensión y de desesperanza. Es decir, que no intentara buscar respuestas a una crisis que tiene una historia, que no sobrevino como un cataclismo. No es una inundación, un terremoto o una guerra, aunque sí ha afectado tanto nuestra salud física y emocional, como también el discurso con el que nos relacionamos, poniendo en riesgo a toda la población y generando reacciones de alto voltaje.
Como consecuencia de estas circunstancias vividas se originaron nuevas condiciones y nuevos fenómenos, que nos enfrentan a problemas de dimensiones diferentes a las que estábamos acostumbrados y que requieren a su vez el armado de otros mecanismos de abordaje. Esta situación nos pone a los profesionales ante el desafío de articular tanto estrategias como soluciones novedosas en forma interdisciplinaria y junto a la comunidad, con el fin de brindar respuestas adecuadas a un malestar que trasciende las historias individuales de los sujetos y que, dado su alcance, penetra en el campo de la epidemiología.
Cuando hablamos de las crisis nos solemos referir a ellas como bisagras – que amenazando nuestra estabilidad y equilibrio nos impulsan a la vez al cambio y al desarrollo - pero lo cierto es que las mismas generan sentimientos de angustia y temor que deben ser atendidos, ya que cuanto más desorganizante es una situación más tendemos a una respuesta de acción. Y por lo general toma más fuerza la inmediatez de los sentimientos y las emociones que el diálogo y la reflexión.
Por otra parte, ya que las situaciones conflictivas son a la vez depositarias de oportunidades, pueden favorecer procesos de toma deconciencia y de participación, facilitando la transformación de una situación inicial negativa en otra de signo positivo.
Aquí es donde se imponen dos conceptos: el de potenciación(1) y el de resiliencia, que ponen el énfasis en la lectura de las fortalezas y de los factores protectores que pueden asistir a un grupo humano a sobreponerse a las adversidades y lograr una mejor calidad de vida. Ambos están destinados a ayudar a las personas a comprender su entorno y a crear las condiciones para lograr un cambio en la relación con el mismo, a través de la confianza en sus propias fuerzas y el compromiso lareflexión, la decisión y la acción como actos concientes e intencionales.
Nos detendremos por unos instantes en el concepto de resiliencia, entendido como
“la capacidad de recuperarse, sobreponerse y adaptarse con éxito frente a la adversidad, y de desarrollar competencia social, académica y vocacional pese a estar expuesto a un estrés grave o simplemente a las tensiones inherentes al mundo de hoy” (Rirkin y Hoopman, 1991)
o bien como
“el proceso de lidiar con acontecimientos vitales disociadores, estresantes o amenazadores de un modo que proporciona al individuo destrezas protectoras y defensas adicionales a las previas al impacto resultante del acontecimiento en cuestión” (Richardson, 1990).
En cuanto a las cualidades que hacen de una persona -niño o adulto- resiliente, podemos distinguir al pensamiento crítico y la habilidad de para resolver problemas y tomar iniciativas. Son individuos socialmente competentes, firmes en sus propósitos y tienen una visión positiva de su propio futuro que acompañan con un buen sentido del humor, creatividad y flexibilidad.
A través de múltiples estudios, los investigadores que han ahondado en el tema concluyen que en los ambientes (familias, escuelas, trabajos, grupos sociales o comunitarios) que facilitan la construcción de la resiliencia, se encuentran generalmente presentes ciertos “factores protectores ambientales” que favorecen su desarrollo: la posibilidad de entablar vínculos estrechos y cálidos; el afianzamiento de límites, pautas y reglas claras; el fomento del desarrollo de valores pro sociales –responsabilidad, solidaridad, respeto por la diversidad- y estrategias de convivencia tales como la cooperación o el apoyo mutuo; la promoción de expectativas de éxito elevadas pero realistas; y oportunidades de participación significativa, entre otros.
Señalan como obstáculos para su construcción, por ejemplo:
- El centrarse en la detección de problemas, riesgos y déficits, acompañados de comentarios como “este chico está destinado al fracaso”, “no va a poder” (efecto Pigmalión, profecías auto cumplidas), más que en potenciar fortalezas y capacidades. No se trata de hacer ojos ciegos ante conductas inapropiadas o riesgosas, sino de focalizar la atención en sus las fortalezas y capacidades, equilibrando los acontecimientos estresantes que deben enfrentarse, y de reflexionar sobre las consecuencias de la propia conducta.
- La premura por obtener cambios inmediatos sin tener en cuenta la idea de proceso que conlleva la generación de nuevas actitudes y conductas, y de un terreno propicio para su florecimiento y consolidación
En consecuencia, la escuela como “comunidad de convivencia” por excelencia y desde su función de socialización, se convierte en un ambiente clave para “enseñar” habilidades para la vida, que posibiliten adquirir competencias sociales y académicas para afrontar las presiones y problemas de un modo proactivo, facilitando un manejo sano del estrés que reduzca la necesidad de apoyarse en el consumo de tabaco, alcohol, drogas o comportamientos violentos para superarlo o atemperarlo. Puede aportar condiciones ambientales que impulsen reacciones resilientes a través de enfoques y programas educativos adecuados y promoviendo de la promoción de un equipo docente capacitado y motivado para enfrentar los desafíos que propone la educación en estos tiempos de cambio e incertidumbre.
El conocer estas características le permitiría al equipo docente y directivo identificar con mayor facilidad las actitudes resilientes y así acompañar a los alumnos en su construcción y fortalecimiento, propiciando cambios programáticos en tal sentido.
En la actualidad, esta forma de encarar las problemáticas se ve sostenida por el pasaje de una concepción de salud asistencialista, centrada en los causales de riesgo y en las carencias, a otra que considera los distintos factores que contribuyen al bienestar y a la calidad de vida.
Esta concepción de la salud se plasma en documentos tales como la Carta de Ottawa y la Declaración de la Conferencia Internacional de Promoción de la Salud(2).
En estos documentos se recalca la necesidad de crear entornos favorables para la salud, el refuerzo de las redes y los apoyos sociales, así como la promoción de comportamientos positivos.
Se enfoca también hacia estrategias de afrontamiento adecuadas como uno de los objetivos esenciales para alcanzar un estado de bienestar físico, mental y social y llevar adelante una vida productiva y plena.
Experiencias que han tenido lugar en nuestro país, en plena época de crisis como la que vivimos en el año 2001, tales como las promovidas por el INTA. – Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria - con su “Programa pro huerta” (3) o la iniciativa popular de presentar ante el Congreso de la Nación el proyecto de ley “El hambre más urgente” (4) dan cuenta de este fenómeno e ilustran los conceptos depotenciación y resiliencia, como una posibilidad de ir más allá de las restricciones para precisar los propios intereses, generar opciones y encontrar bases de apoyo que hasta el momento no se habían considerado. A la vez que señalan una realidad acuciante, proponen llevar a cabo un programa de acciones superadoras de la misma.
A través de las respuestas obtenidas en un estudio de campo (Frankowski de Munk, 2002), en relación a la percepción de los actores del escenario educativo respecto de la mediación como recurso posible para la resolución de conflictos en el ámbito escolar, se observa que los docentes entrevistados perciben a la mediación como “una metodología sistematizada y ordenada frente a intentos intuitivos que pueden ser ampliados y enriquecidos a través de la misma”.
En este sentido, implementar programas de Mediación en las escuelas, dadas sus características, proporciona una estructura y un andamiaje para la construcción de una cultura colaborativa y responsable, que favorezca el desarrollo de características resilientes. Abre las puertas hacia una mirada sinérgica, reflexiva y no adversarial en la resolución de las disparidades, buscando desarrollar las fortalezas de cada persona así como sus capacidades potenciales.
Su implementación como una alternativa de resolución de conflictos, en este caso en el ámbito escolar, promueve el desarrollo de aquellas destrezas sociales y recursos personales que hagan posible y sostengan este tipo de abordaje, a saber:
- Capacidad comunicacional y de empatía
- Habilidades relacionadas con la resolución de problemas y la toma de decisiones: identificación de objetivos –que implica el análisis de necesidades y opciones–, reformulación de problemas, redacción de acuerdos
- Capacidad para apreciar la diversidad e incrementar el respeto mutuo
- Vínculos basados en la cooperación
- Autoestima positiva, control sobre las propias emociones e impulsos
- Capacidad para identificar peligros sociales y pensar acerca de sus consecuencias
Cuando estas habilidades se propician y refuerzan en forma adecuada, van sentando las bases para un manejo sano del estrés. Esto supone desarrollar la capacidad de “hacer frente a experiencias de presión intensa y a demandas internas o externas que se sienten excesivas”, contando con recursos, conocimientos o apoyo adecuados para abordarlas o mitigar el impacto de sus efectos negativos.
Estos programas, enmarcados en una concepción de “educación para la paz” o de “convivencia escolar”, al proponerse reducir el nivel de violencia, de agresividad y mejorar el clima institucional, ofrecen un recurso que colabora a contrarrestar una cultura en la que la violencia, la inseguridad y el resquebrajamiento de valores rumbo- se han i naturalizado, hecho que recae directamente en el nivel de aprendizaje y de bienestar de sus miembros.
Dar cabida a la Mediación permitiría, entonces, revitalizar el diálogo y, al reflexionar sobre el sentido axiológico en el que se apoya, rescatar los valores que son importantes para la convivencia así como también construir modos alternativos de tratar las desavenencias y los conflictos.
La educación en su sentido más amplio juega aquí un papel preponderante. Es al decir de E. Morin la “fuerza del futuro” y como tal constituye uno delos elementos máspoderosos para realizar el cambio al que nos vemos enfrentados.
Queda abierto el interrogante de si podremos aunar este resurgir de la “política” como reguladora de los vínculos sociales y este intento de transparentar sus instituciones con los movimientos autogestivos que reemplazaron el vacío que la misma había abierto, de cómo podremos capitalizar ambas experiencias transformando una estructura disyuntiva en una conjunción de recursos y posibilidades.
Así uno de los desafíos más grandes y más difíciles que se nos presentan es modificar nuestra lógica de pensamiento de manera tal que podamos enfrentar la complejidad creciente, la rapidez de los cambios, la imprevisibilidad tanto en el orden personal como social para construir una convivencia que nos permita el crecimiento, el bienestar y el protagonismo en la búsqueda de soluciones a los problemas que nos aquejan.
BIBLIOGRAFÍA
Baruch Bush, Robert y Folger Joseph. La promesa de la mediación. Barcelona, Ediciones Granica, 1996.
Frankowski de Munk, Sandra. Mediación, contexto y escuela. Bases teórico–prácticas para la implementación de la mediación en el ámbito escolar. Buenos Aires, Editorial de Belgrano, Universidad Belgrano, 2002.
Freud, Sigmund. “El malestar en la cultura”, en Obras Completas. España, Editorial Biblioteca Nueva, Tercera edición, 1973, Tomo III.
Henderson, Nan y Milstein, Mike. Resiliencia en la escuela. Buenos Aires, Editorial Paidós, Colección Redes, 2003.
López Rosetti, Daniel. Estrés. Epidemia del Siglo XXI. Buenos Aires, Editorial Lumen, 2000.
Melillo, Aldo y Suárez Ojeda, Néstor (comp.). Resiliencia. Descubriendo las propias fortalezas. Buenos Aires, Editorial Paidós, Tramas Sociales, 2000
Melillo, Aldo, Suárez Ojeda, Néstor y otros.. Actualizaciones en resiliencia. Fundación Bernard van Leer, Ediciones de la UNLa, Colección Salud Comunitaria, Buenos Aires, 2001.
Morin, Edgar. Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Buenos Aires, Ediciones Nueva Visión, 2001.
Rozenblum de Horowitz, Sara. Mediación en la escuela. Resolución de conflictos en el ámbito de educación adolescente. Buenos Aires, Editorial Aique, Colección Transformaciones, 1998.
Silva, Giselle. Resiliencia y violencia política en los niños. Fundación Bernard van Leer, Ediciones de la UNLa, Colección Salud Comunitaria, 1999.
“Carta de Ottawa para la Promoción de la Salud”, Anexo 1, Noviembre de 1986, Promoción de la salud: una antología. Organización Panamericana de la Salud. Publicación científica N ° 557, Washington, 1996.
“Declaración de la Conferencia Internacional de Salud”, Anexo 2, Colombia, Noviembre de 1992. Promoción de la salud: una antología. Organización Panamericana de la Salud, Publicación Científica N° 557, Washington, 1996.
“Huertas para la comunidad”. Fuente: Programa Pro–huerta. La huerta orgánica familiar, Buenos Aires, Ediciones INTA., Revista La Nación, 2002: pp. 42 a 47. Texto por Paula Urien
“El hambre más urgente. La necesidad de una ley contra el hambre de los chicos”, Diario La Nación, Buenos Aires, 15/09/2002: pp. 1 a 20.
“Los hijos de la lágrima. Cómo afecta la crisis a los adolescentes”, Diario Página 12, Buenos Aires, 30/09/2002: pp. 1 a 3. Texto por Mariana Carbajal
NOTAS
1 Entendemos el concepto de potenciación en el sentido que le da el enfoque Transformativo en Mediación, como la posibilidad que tienen las personas de potenciar sus recursos y ser protagonistas de su vida, de hacerse cargo responsablemente de sus acciones así como también de reconocer el protagonismo del otro. Esta concepción apunta al fortalecimiento de las capacidades para afrontar los problemas de la vida y al incremento de la autoestima y la confianza en sí mismo.
2 El concepto de “Promoción de la Salud” se asienta sobre la idea de que la salud -entendida como bienestar, como calidad de vida- se crea y se vive en los espacios cotidianos: familiar, laboral, escolar o de esparcimiento.
3 El “Programa pro huerta” propone enseñar a la gente a cultivar sus propios alimentos aprovechando terrenos libres, como los espacios aledaños a las vías del ferrocarril o a las autopistas, ya sea para su ingesta personal o como bienes de intercambio.
4 Este programa apunta a la atención de las necesidades alimenticias de los sectores más vulnerables.