La magia de las palabras.
Reflexiones desde la Ontología del Lenguaje
Autora: Lic. Sandra Munk
L@ Revista - Mediadores en Red - Año IV - N°12 - Abril 2008
Un señor feudal del Japón le pidió a un monje Zen
que compusiera un poema celebratorio para el cumpleaños de su hijo.
Durante la ceremonia, el monje pidió la palabra y
recitó frente al señor feudal y su hijo:
“El abuelo muere, el padre muere, el hijo muere . . .”
El señor estalló indignado: “¡Qué clase de poema celebratorio es ese!
Yo le pedí algo alegre, que reflejara lo bueno que tiene la vida, no un poema deprimente”
El monje replicó: “¡Mi Señor, esto es lo mejor que ofrece la vida!
¿¡Acaso preferirías un orden distinto!?
INTRODUCCIÓN
El presente trabajo está basado en el análisis del fragmento de un caso de mediación, el que gentilmente fuera aportado por el Dr. Juan Voltarel(1) quien actuó en el mismo como apoderado de una compañía de seguros y de uno de los prestadores sanatoriales demandados:
“El caso trata de una mediación a la cual concurro como apoderado de una compañía de seguros y de uno de los prestadores sanatoriales demandados. Había también entre los presentes otros médicos demandados.
La mediación había sido solicitada por los padres del muchacho fallecido en lo que entendían que era una mala praxis médica.
En la audiencia, luego de la presentación de rigor y los formalismos propios de la misma, cuando cada parte expone su visión del caso y los motivos que tiene para asumir la posición que asume, formulo una presentación a través de la cual pongo de manifiesto mis sentimientos al respecto.
Lo primero que planteo es que los requirentes sepan disculparnos a aquellos que concurrimos a la audiencia representando intereses económicos en contraposición a los sentimientos de los familiares afectados por la situación presente, que sepan entender que no es que no los comprendemos y entendemos su dolor, lo que pasa es que en las circunstancias en las que nos encontramos, estamos tratando de obtener una reparación a un daño que presuntamente debe pagar la parte que represento y que a pesar de que sería también de nuestro interés que las cosas vuelvan para atrás, esto es imposible. También destaco que todos los aquí presentes hubieran preferido que lo ocurrido no hubiese sucedido.
Pongo especialmente de manifiesto, dando lugar a que los requeridos también lo hagan, que lo ocurrido no fue querido por nadie y menos por ellos. Estos hubieran preferido que el muchacho fallecido se encontrara bien, lo que traería bienestar a todos, a la familia y a los médicos que desde su lugar también se ven afectados por esta situación desgraciada.
Al escuchar que uno de los profesionales reconocía su error y se ponía a llorar al relatar su dolor frente al hecho, el matrimonio cambio su actitud aun a costa de la posición de su propio abogado obteniéndose un acuerdo altamente satisfactorio tanto para los requeridos como para la familia que buscaba no solamente un resarcimiento de orden económico, sino además un reconocimiento de orden moral y afectivo. ”
Dr. Juan Voltarel
LA ONTOLOGÍA DEL LENGUAJE O UNA VISIÓN NO METAFÍSICA DEL SER HUMANO
A lo largo de la historia, nos hemos ido interrogando sobre el sentido de lo humano, sobre el Ser que somos como personas, dando distintas respuestas y construyendo una matriz interpretativa que fue tiñendo nuestra manera de estar en el mundo, de relacionarnos con nuestros semejantes y de encarar los sucesos que nos acontecen en el día a día.
Durante mucho tiempo, podríamos hablar de siglos, esta mirada ontológica estuvo atravesada por una visión metafísica encarnada en figuras tales como Sócrates, Platón y Aristóteles y más tarde por la concepción racionalista de Descartes: “Nos vimos a nosotros mismos como seres racionales, dotados de un alma inmutable, rodeados de una amplia gama de entidades cuyos seres podíamos descifrar – y controlar - a través del poder de la razón.”(Echeverría, 1998, p. 23)
Sin embargo cambios contextuales derivados tanto de situaciones sociales como las guerras mundiales o bien en relación a avances científicos y tecnológicos, han impactado en estos paradigmas abriendo la posibilidad de generar nuevas miradas en torno al ser humano. Han dado lugar a otras modalidades de interrelación e incidido en nuestros valores más profundos. Han cerrado algunos capítulos y abierto otros. Han potenciado ciertos malestares y construido el camino para alcanzar metas que solo se concebían como ilusorias. Dentro de esta vía encontramos a la Mediación como método de resolución no adversarial de conflictos.
La Mediación nos confronta con la idea, antes imposible de concebir, de que dos personas puedan tener razón a la vez dependiendo del punto de vista de que se trate, que para resolver un conflicto que los enfrenta es dable asociarse en forma colaborativa para poder superarlo. Y esta concepción nos pone de lleno en la Teoría del Observador, uno de los conceptos claves sobre los que se erige la Ontología del Lenguaje(2) como cosmovisión del Ser Humano.
La Ontología del Lenguaje, cuestiona la capacidad de las personas de acceder a “la verdad”, desplazando el eje del conocimiento de lo observado hacia el observador. Esto refiere a nuestra imposibilidad de conocer las cosas como realmente “son” en si mismas independientemente de quien las observa. En esta premisa, se basa uno de los principios sobre los que se asienta dicha disciplina:
“No sabemos cómo son las cosas.
Solo sabemos cómo las observamos
O cómo las interpretamos.
Vivimos en mundos interpretativos”
(Echeverría, 1998, p.40)
Cada uno, aún sin tomar conciencia de ello, habla desde sus experiencias vividas, desde un contexto cultural determinado y desde sus expectativas y posibilidades.
Otro de sus principios, se refiere a que somos seres lingüísticos que vivimos en mundos conversacionales, en el lenguaje, no solo descriptivo sino también y fundamentalmente generativo. El lenguaje no solamente nos permite hablar de cómo son las cosas o compartir nuestros pensamientos e ideas por ejemplo, sino que asimismo hace que las cosas sucedan. En este sentido el lenguaje es activo: No es lo mismo responder ante un pedido en forma afirmativa o negativa. Cuando decimos que “Sí” abrimos la posibilidad de continuar, de seguir adelante y asumimos la responsabilidad por el compromiso que contrajimos al aceptar. Cuando nuestra respuesta es “No”, estamos manifestando nuestra resolución de ponerle fin a una determinada situación, de declinar nuestra participación o colaboración en algún suceso con las derivaciones que esta respuesta conlleve. A través del “Gracias” reconocemos que esta persona hizo algo por nosotros, que necesitábamos, que nos benefició y por ende le expresamos nuestra gratitud. El “Perdón” supone reconocer y hacernos responsables de alguna manera cuando no cumplimos con aquello con lo que nos habíamos comprometido o cuando con nuestras acciones o dichos dañamos a un tercero. El “te perdono”, pone fin a una desavenencia y sienta las bases para rearmar la relación si esto fuera posible. Si bien el perdón no nos exime de nuestra responsabilidad en los hechos, busca de alguna manera reparar el daño infligido a través de su reconocimiento y de la posibilidad de generar una conducta resarcitoria.
Más allá de que la Ontología del Lenguaje dé preeminencia al dominio lingüístico, no deja de reconocer en sus desarrollos la importancia de los otros dos dominios en los que transcurre la existencia humana: el dominio corporal y el dominio emocional. Cada quien dice lo que dice desde una particular emocionalidad, acompañada de una cierta corporalidad. Si una persona está triste, por lo general su cuerpo y su lenguaje tenderán a mostrar su tristeza.
Si bien estos tres dominios son autónomos e irreductibles, hay una estrecha coherencia entre los mismos. Los fenómenos que tienen lugar en alguno de ellos, por ejemplo en el dominio emocional (alegría, resentimiento, enojo, miedo, etc.) tienden a ser coherentes con lo que podemos detectar a nivel corporal (contraído, abierto, tenso, etc.) y del lenguaje (lo que se dice o se escucha). Cuando se produce una discordancia entre alguno de estos ámbitos de experiencia, esta divergencia nos señala una vía de entrada para abordar aquello que le aqueja a la persona en cuestión.
CONVERSACIONES PARA EL LOGRO DE ACUERDOS
Como dijimos en el apartado anterior, la Ontología del Lenguaje pone el acento en el dominio lingüístico, no por ello desconociendo la importancia e incidencia de los dominios corporal y emocional que abordaremos en el punto siguiente.
Nos lleva a tomar conciencia de la capacidad generativa del lenguaje, de hacer que las cosas sucedan, de crear realidades que sin nuestra conversación jamás hubieran existido conectando de esta manera el lenguaje con la acción.
Por otra parte el lenguaje, a través de su capacidad recursiva, no solo nos permite coordinar acciones sino que nos permite observar cómo las coordinamos, pudiendo ampliar el observador que somos y al aprender de la experiencia transformarnos: mirar nuestra vida, nuestro quehacer desde un ángulo diferente para vivir mejor.
Pone de manifiesto que hay distintos tipos de conversaciones. Aquellas que se quedan en explicar el problema, en describirlo o justificarlo sin resolverlo. Otras van más allá y se proponen desplegar un espacio de co–creación, para
- “Abrir conversaciones que posibiliten futuras conversaciones” allí donde se requiere de combinar un espacio de dialogo en el cual sí se pueda conversar sobre la situación que nos involucra. Nos pone en el terreno de inventar caminos que hagan posible una conversación para la acción
- “Coordinar futuras acciones”, este tipo de conversación surge tras la aceptación de que no sabemos cómo resolver la situación presente y entonces necesitamos recurrir a la acción de explorar posibilidades y acciones alternativas que amplíen aquellas con las que ya contamos
- “Coordinar acciones” para acordar de qué manera, a través de qué acciones , con qué recursos abordaremos la problemática que nos aqueja
Además de este para qué de las conversaciones hay un con quién y en qué contexto. Tanto las personas de quien se trate como las circunstancias en que esta se desarrolla definen conjuntamente las características de la conversación, sus reglas de juego, coloreadas por la emocionalidad presente que abre o cierra determinado horizonte de posibilidades.
Es importante en este proceso poder detectar las conversaciones privadas con las que las partes llegan a la Mediación. Cómo cada uno se explica así mismo lo que ocurrió. Frente a un hecho cada uno de nosotros solemos entrar en una cadena de juicios a través de los cuales interpretamos lo que sucedió y las consecuencias que se derivan de esto. Estamos en el área de la explicación, de la justificación, de la búsqueda de un responsable o un culpable. Traemos con nosotros juicios que hacen al:
- Dominio de la responsabilidad - a consecuencia de qué o quién ocurrió lo que ocurrió
- Dominio de la inclusividad – cuál es el alcance que le damos a nuestro juicio. Lo restringimos a un ámbito particular o lo generalizamos a toda la persona descalificándola
- Dominio de la temporalidad - los derivados del hecho son permanentes e inmodificables o bien solo se ajustan a la situación involucrada y son acotados en el tiempo
En suma el proceso de Mediación supone un tipo particular de conversación que tiene por objetivo crear un espacio generativo donde renegociar significados, coordinar puntos de vista y expectativas. El mediador en tanto tejedor de conversaciones facilita el dialogo, permite escucharse mutuamente desde otra perspectiva y aprovechando la naturaleza activa del lenguaje, transformar los reclamos y reproches en pedidos, ofertas y promesas articulando opciones que antes no existan como tales y posibilitando compromisos que las partes son responsables de llevar adelante. Se propone trascender aquellas conversaciones que inmovilizan y anclan en el pasado hacia aquellas que abren nuevas alternativas.
UNA MIRADA SOBRE LAS EMOCIONES Y EL TRABAJO DE DUELO
Humberto Maturana (1994) define a la conversación como una danza en la que se entrelazan lenguaje y emocionalidad, asentadas ambas a su vez en nuestra corporalidad. Una danza en la que la emocionalidad se constituye en la música que tiñe la conversación y actúa como el trasfondo desde el cual escuchamos las distintas propuestas como posibilidades o impedimentos.
Así, la EMOCION definida como la predisposición anímica que tiene una persona en un momento determinado para la acción a raíz de un suceso particular, incidirá en gran medida en el resultado de las interacciones posteriores. La emoción aparece disparada por alguna situación y ocupa un importante montante de energía personal. Trae aparejada por detrás una historia que la respalda.
Ahora bien volviendo al caso que nos ocupa, imaginémonos a estos padres que llegan a la mediación. Su dolor frente a una pérdida irreparable. “La muerte de un ser querido que llega como ladrón en la noche y marca uno de esos días que nos vuelve distintos” (Bautista, 2005). Si sufrimos cuando nos comunican la muerte de una persona cercana, ni que decir cuando se trata de un hijo propio. ¡Enterrar al hijo trastoca nuestro mundo, desestabiliza todo lógica existencial!
¿Qué palabras caben en la presente situación? . . . Y si estas son dichas ¿Cómo poder ser escuchadas? Esto es lo que se comprende en la presente mediación: ¡no hay palabras, no hay resarcimiento acorde posible! Sí compromiso con la propia emocionalidad. Sí empatía con el dolor ajeno.
A partir de esta experiencia de pérdida, las personas se ven afectadas en su dimensión corporal (insomnio, taquicardia, pérdida de apetito, nerviosismo), a nivel emocional (aturdimiento, incredulidad, resentimiento, tristeza, pérdida de interés en el mundo circundante, reproches), en el área mental (dificultad en la concentración, ausencia de proyectos), en las relaciones sociales (molestan la risa y la cotidianeidad de la gente, surgen deseos de aislamiento), y el aspecto espiritual tampoco queda libre de sus efectos.
Qué nos pasa como mediadores frente a esta situación, que de una manera u otra nos confronta con la propia finitud. Con nuestra vulnerabilidad y la de nuestros seres queridos. Con lo precario de nuestra estabilidad. Nos pone cara a cara con nuestros propios fantasmas, con nuestros miedos y quizás hasta recrudeciendo el duelo por una perdida allegada a nosotros. En estas circunstancias, ¿se borran las distancias y se produce una identificación masiva con los duelantes perdiendo la capacidad de intervención? O bien ¿la necesidad de diferenciarnos nos pone tan lejos que perdemos toda perspectiva de la situación? Entonces ¿cómo construir un puente que permita atravesar este vacío doloroso a través de intensos sentimientos de enojo, culpa y tristeza mostrándonos solidarios y empáticos a la vez que operativos?
En este punto conocer algunos aspectos sobre el proceso de duelo podría ayudar.
El término DUELO proviene del latín: dolus (dolor). Es la respuesta emotiva normal frente a la pérdida de aspectos personales u objetos valiosos como la salud, recursos económicos, valores espirituales, lazos afectivos. . . Pérdida de lo que se tuvo y también de lo que no se tuvo y ya no se tendrá.
El término luto deriva también del latín: lugere (llorar). Se expresa mediante signos externos como el llanto, la vestimenta oscura, ciertos comportamientos y ritos religiosos.
Parafraseando a Sigmund Freud (1915/17), este concebía al proceso de duelo como aquel que “llevaba a las personas a desprenderse de un objeto de amor sobre el cual los actos de amor ya no podrían efectuarse”.
Lapanche y Pontalis(3) definen al trabajo de duelo como un fenómeno intrapsíquico mediante el cual se atenúa en forma progresiva y espontánea el dolor que provoca la muerte o la pérdida de un ser querido. El estado afectivo que acompaña al trabajo de duelo es laTRISTEZA. La tristeza, como manifestación del amor frente a una pérdida, propicia el duelo, el reconocimiento de la misma y el luto ya que el trabajo de duelo requiere de un tiempo para experimentar la pena y cerrar la herida recuperando cierta paz interior. Al elaborar el duelo, uno se despide del objeto amado, de la persona que ya no está, de lo que fue y de lo que no fue, incorporándolo a su corazón (introyección del objeto amado), guardándolo en sus recuerdos, atemperando el dolor de una pérdida muchas veces inelaborable como en el caso de un hijo.
Al ser imposible no sentir lo que uno siente, en vez de poner la propia energía al servicio de defenderse de los sentimientos y sensaciones que nos invaden, el aceptarlos mediante el trabajo de duelo permite no quedar capturado en la emoción y poder operar desde la misma abriendo posibilidades de acción efectiva.
El proceso de duelo va transcurriendo por distintas fases en las que imperan diferentes emociones y pensamientos. Un primer estado de aturdimiento en el que las personas quedan mudas, privadas de toda palabra y posibilidad de acción. En un segundo momento, aparece la negación del suceso (“no, no puede ser” “no es cierto”) seguido de un periodo de lamentación (“¿por qué a mí?” “es injusto”) enojo y rabia. La culpa es otro sentimiento que aflora seguido del abatimiento teñido por la tristeza, la retracción en si mismo y la impotencia. La última etapa tiene que ver con la aceptación y en la que, finalmente se comienza a elaborar el duelo, un verdadero proceso de sanación. Este es un momento en el que se siente tocar fondo. Es el momento en que se decide dar un salto y encauzar todas nuestras fuerzas hacia su superación o dejarse hundir por el peso del sufrimiento abriendo la puerta para que la tristeza se convierta en depresión. En una sensación de sin salida.
El entendimiento, la empatía y la compañía de personas allegadas hacen que la situación de duelo sea más llevadera. Una investigación (Ares, 2000, p.35) puso de manifiesto que las personas que cuentan al menos con un amigo de confianza tienen una probabilidad cuatro veces menor de caer en la depresión que las personas que están aisladas.
ALGUNAS EMOCIONES BÁSICAS PRESENTES EN EL TRABAJO DE DUELO:
Las emociones mencionadas en este apartado podrían ser consideradas como reacciones normales frente a una situación emocional que nos captura como es la del duelo. Sin embargo cabe aclarar, que en muchas ocasiones surgen toda otra gama de reacciones de muy diversa índole de las que no nos ocuparemos en esta instancia, que complican la evolución normal del mismo pudiendo derivar en patologías como la melancolía.
La TRISTEZA, cumple importantes funciones. Una de ellas es que al replegarnos sobre nosotros mismos nos lleva a retirarnos de la acción y, nos permite reencontrarnos, reflexionar sobre lo que ocurrió. De esta manera nos posibilita recuperar fuerzas y descubrir otras perspectivas.
La tristeza además, al atraer la atención y la simpatía de las personas que nos rodean, las predispone a brindarle al duelante soporte material y afectivo cuando esto le es necesario.
Haber experimentado tristeza nos permite desarrollar simpatía y empatía por la tristeza ajena. Una de las formas de comprender el sufrimiento del otro es haberlo experimentado en carne propia permitiéndonos brindar nuestro apoyo y consuelo, reconfortando al otro en su dolor y su pena. El solo hecho de poder hablar de lo que nos pasa nos posibilita posicionarnos en un lugar diferente en vez de quedar atrapado en las emociones. La valorización y el reconocimiento aportan aire psicológico y predisponen a otro tipo de escucha.
La CULPA: la historia por detrás se relaciona con el enojo con uno mismo al considerar que uno transgredió sus propios límites o valores y provocó consecuencias no deseadas. Está asociada a haber hecho algo malo y que no debería haber sucedido. Se vincula al autorreproche y/o al reproche que nos hace el otro. Abre las puertas a la reparación
El MIEDO: por lo general la historia que está por detrás se relaciona con que algo malo va ocurrir, algo valioso está en riesgo, se ve amenazado. Su contracara positiva es que nos posibilita estar alerta y desarrollar recursos superadores.
El ENOJO: algo malo que pasó y no debería haber pasado. Su desafío es aprender de la experiencia.
En suma, generar el contexto en donde se puedan expresar las emociones es tarea del mediador y sobre ella se asentará la confianza ya que nuestros sentimientos nos dicen si algo es regocijante, amenazador, lamentable o triste puesto que las emociones consisten en un dominio siempre presente en toda acción humana.
Las situaciones problemáticas son situaciones emocionales y por lo tanto su resolución implica incluir la emocionalidad. Esta se constituye las más de las veces en la vía de acceso, sobre todo cuando su carga es de gran intensidad como lo es en este caso.
Por último y para cerrar estas reflexiones sobre el proceso de duelo, le dedicaremos unos renglones, a uno de los actos declarativos personales fundamentales a los que hace alusión la Ontología del Lenguaje: el PERDÓN.
Si bien el Perdón, como en este caso, puede resultar insuficiente como forma de hacernos responsables de las consecuencias de nuestras acciones teniendo que asumir la responsabilidad de reparar o compensar al otro por el daño, no por ello disminuye su importancia como tal.
El Perdón no nos exime de nuestra responsabilidad ni inhabilita nuestra capacidad de memoria, pero nos permite construir un mundo diferente según lo hayamos declarado o no.
Podemos vivir anclados en lo que la negociación denomina “los 4 Dragones”: el resentimiento, la recriminación, el remordimiento y la represalia, o bien considerar que “el perdonar es un acto declarativo de liberación personal” (Echeverría 1998, p.85), de elección en relación a cómo queremos vivir frente a lo que nos sucedió, y a pesar de ello. Nos posibilita cicatrizar una herida abierta poniendo término aun proceso que continua reeditando el daño que se nos infligió originalmente.
CONCLUSIONES
Llegar a un acuerdo supone conversaciones donde se negocian compromisos, se organizan acciones al coordinar expectativas que satisfagan los intereses en juego y determinar quién hará qué y cuándo.
Muchas veces estamos más comprometidos con nuestras propias opciones y explicaciones que en abrir espacios de posibilidad para la resolución del problema.
Poder mantener una conversación adecuada al objetivo deseado y que toma en cuenta la emocionalidad que subyace en su trasfondo, impacta, a menudo dramáticamente en los resultados que se obtienen. Una buena relación humana es justamente aquella en donde es posible el reclamo, el desacuerdo y la diferencia en entornos conversacionales que aseguren el respeto y el cuidado, en donde las personas sienten cuidada su legitimidad frente al otro.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Aslan, Carlos “Metapsicología y clínica del duelo. Nuevos desarrollos” trabajo presentado en el simposio de la Asociación Psicoanalítica Argentina, 4 de noviembre 1995.
- Ares, Claudio. Vivir sin depresión. Buenos Aires, Editorial Océano-Ámbar, 2005.
- Bautista Mateo y otros. Renacer en el duelo. Cuando muere un ser querido.
Buenos Aires, Editorial San Pablo, 2005.
- Echeverría, Rafael. Ontología del Lenguaje. Santiago de Chile Editorial, Granica -Dolmen Ensayos, 1998.
- Freud, Sigmund. Duelo y Melancolía. 1915 - 1917 Obras Completas, Tomo II. España, Editorial Biblioteca Nueva España, 1973.
- Frankowski de Munk, Sandra. “Mediación y Ontología del Lenguaje: un modo de pensar la realidad”. En Mediadores en Red L@Revista Año III Nº 7 Julio 2005. Páginas 64 a 68.
- Kofman, Fred. Metamanagement. Buenos Aires, Editorial Granica, 2001.
- Laplanche, Jean y Pontalis, Jean B. Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona, Editorial Labor, 1977.
- Maturana, Humberto. Amor y Juego: Fundamentos olvidados de lo humano. Santiago de Chile, Editorial Instituto de Terapia Cognitiva, 1994.
NOTAS
1 El Dr. Juan Voltarel es Abogado, Mediador, Negociador en salud. Especialista en derecho médico. Se desempeña como director del Departamento Jurídico de la Asociación de Clínicas y Sanatorios de la Provincia de Entre Ríos. Director del Web site www.dva.com.ar (Derecho Virtual Argentino /
4 Agradezco a la Dra. Graciela Bar de Jones los valiosos comentarios que han enriquecidos este trabajo. La Dra. Bar de Jones es médica psicoanalista y directora de www.BabelPsi.com.ar, el sitio Web dedicado a la experiencia de la migración y al fenómeno intercultural. -
2 La Ontología del Lenguaje supone una nueva forma de concebir al Ser Humano que nace de la mano de pensadores tales como el biólogo Humberto Maturana, el Ingeniero Fernando Flores o el Dr. Julio Olalla y se enraizada en la filosofía de Nietzsche, de Heidegger, entre otros.
3 Laplanche, Jean y Pontalis, Jean B., « Diccionario de Psicoanálisis » Barcelona Editorial Labor 1977 Pág. 457: “ … la existencia de un trabajo de duelo viene atestiguada, según Freud, por la falta de interés por el mundo exterior que aparece con la perdida del objeto: toda la energía del sujeto parece acaparada por su dolor y sus recuerdos hasta que el yo, obligado, por así decirlo, a decidir si quiere compartir este destino (del objeto perdido), al considerar el conjunto de las satisfacciones narcisistas que comporta el permanecer con vida, se determina a romper su lazo con el objeto desparecido. Para que tenga lugar este desprendimiento es necesaria una tarea psíquica. ”